Al concluir la ceremonia de entrega de las estatuillas más famosas de la industria cinematográfica, parece quedar más que claro el vínculo de la Academia Cinematográfica y la #Política.
Lo que vimos, desde la explicación del mensaje político, es simple: Se marca una diferencia clara, un frente común, hacia la administración encabezada por Donald Trump, al centrar los premios hacia dos mensajes: la inmigración y, desde luego, la lucha de clases y el racismo. Por una parte, resulta imposible para la Academia cerrar los ojos ante dramas heroicos como los de un detective ‘de color’, casualmente aliado con un judío, para combatir al Klan, el grupo supremacista blanco por excelencia, en la extrema derecha de la sociedad estadounidense y global.
Pero si esta alianza afro-judía, que marca el premio a la Mejor Película no fuese suficiente, a esta suma de minorías se añade a los mexicanos, en el entendido de que para la #semiótica estadounidense, todo lo que está al sur del Río Bravo es mexicano o suena como mexicano o viste o huele como mexicano.
Por una parte, se premia a Cuarón como Mejor Director, que ya tenía un #Oscar, que ya pagó derecho de piso y ya es uno de ellos, de la Academia.
Sirve para ponerle una tranca en la puerta a Spike Lee, quien puede haber dirigido y conceptualizado la Mejor Película pero, de ninguna manera, le permitirán, al menos no por ahora, ser el mejor en la dirección, encumbrarse como el icono paladín de la justicia contra los supremacistas blancos. No ahora, no más Obama ni héroes ‘de color’ que desnivelen la balanza. De igual manera, a Cuarón no le permitirán en estos momentos tener la Mejor Película, sin habla inglesa, menos con dialectos. Nunca en 90 años y el tiempo seguirá. Ni ‘La Vida es Bella’ (1997), con más méritos, logró la hazaña. La #Academia habla inglés. Punto.
La Academia parece marcarle un alto moderado al presidente Trump. Por una parte, le recuerdan que el mundo, a través de las pantallas, sigue muy de cerca las peripecias de negros, judíos y mexicanos, de cantantes gay que mueven multitudes, del negocio, del espectáculo por encima del arte. Y que las pantallas son de la industria que sostiene a la Academia.
Pero por otra parte, no rompen lanzas contra el mandatario del país sede de la Academia. Por el contrario, le dan entrada a algunas de sus necesidades, como por ejemplo al poner al descubierto, de carne y hueso, los usos y abusos del ex vicepresidente Dick Cheney, El Vice, desde las sombras de la Casa Blanca, es puesto en un punto hasta de simpatía, pese a ser uno de los mayores villanos de la historia, al avalar las pruebas falsas para arrastrar al mundo a la guerra contra Irak. Mensaje del pasado que ahora contrasta con la postura de Trump de mayor acercamiento con Rusia y China y menos provocaciones para una eventual guerra global. Después de Cheney accionando por encima del presidente Bush, Trump y su política internacional ‘no puede ser tan malo’.
La Academia es muchas cosas, propaganda política sobre todo. Pero ninguna sopesará más el espectáculo y el negocio por debajo del arte. Basta con echar un vistazo a los ganadores a Mejor Actor, que se vuelve más un discurso de imitación que un proceso creativo hacia lo desconocido. Premiar a alguien por imitar a Freddie Mercury es premiar a Freddie Mercury, legendario cantautor y frontman del grupo Queen y no al actor Rami Malek. Al menos dos de sus competidores, especialmente Williem Dafoe, hicieron mayores procesos actorales para merecer la estatuilla. La industria de la música y el colectivo gay también tienen su peso específico.
La Academia es política. A la academia le sigue preocupando el muro, pero más que el muro, ser la ventana que ofrece al mundo una vista de que Estados Unidos no es solo Donald Trump. En ese contexto, #Yalitza y la colonia Roma son invitados especiales y, aunque ya no están en la cocina, todavía no se les permite comer de todo, en la mesa del señor #OSCAR. (DANIEL BARQUET)