Eran las … es difícil saber la hora cuando estás dentro del área de terapìa intensiva. Sólo por algunos momentos percibes que se apaga la luz, aunque eso no necesariamente significa que es de noche.
Al comienzo mides todo por turnos: el relevo del personal indica que culminaron ocho horas de labor. Pero entonces viene el cansancio, el sueño, y se pierde la noción de cuánto tiempo llevas ahí.
La naturaleza humana parece marcada por la terquedad. ‘Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy’, en materia de salud, puede ser una frase lapidaria. De nada sirve el ‘debí bajar de peso’, ‘pude hacer más ejercicio’ o preguntar ‘por qué no cuidaste mi alimentación’.
Pero bueno, el cuerpo ya está ahí, en la cama de hospital, presión arterial, mediciones de glucosa, recuentos de química sanguínea, altura, peso. Todo se vuelve una sinfonía de números que se repite una y otra vez y que en la sumatoria, van dejando señales si vives o mueres.
Ya que estás ahí, parece que le prestamos más atención al corazón que al cerebro y relegamos los pulmones.
El aparatito en la punta de tu dedo se llama oxímetro y sirve para medir tus niveles de oxigenación arterial. Arriba de 90 % es una oxigenación normal. Más abajo de 80% hay un problema severo. Si el porcentaje es menor, la crisis se aproxima: necesitas entre dos y siete litros de oxigeno por minuto ¿y qué crees? Pues que, por muy buena y cara que sea la clínica en que te encuentres y los equipos que utilicen, si tu cuerpo no retiene esa oxigenación, simplemente estarás muerto.
Entran y salen las enfermeras y lo primero que hace es checar el oxímetro. Si es de pantalla, seguramente tu no alcanzarás a ver los números. Reacomodan el clip en tu dedo y vuelven a mirar. Sacuden levemente la cabeza como en contradicción. Y tu ahí, poco a poco entiendes que, de lo que diga tu dedito, depende tu vida. Y casi por instinto intentas aspirar todo el oxigeno que puedes, como si aferrarse a la vida dependiera de tu nariz y boca.
A menor oxigenación el cerebro juega malas pasadas. Todo se torna borroso. Alguien pone una ‘x’ en tu garganta en caso extremo, para entubar. Un día despiertas y te dicen que la neumonía ha pasado. De terapia intensiva pasas a un área más relajada. Poco a poco te enteras que el de al lado no la libró. Tampoco la persona de enfrente, que por cierto nunca supiste su nombre. Luego a casa y, en el trayecto, ves la vida diferente. Si entendiste lo que pasó, procurarás mejorar muchas cosas. Si no, seguramente habrá nuevas consecuencias.
Piensas en la cuenta del hospital. Quizá te angustias en los pendientes y pagos a seguir. Tal vez agradeces el estar vivo. Luego sonríes. Vuelves a ver las cuentas bancarias, los pagos pendientes. Y respiras. Y luego respiras. Y vuelves a hacerlo. Total, no dejas de respirar. Ahora lo entiendes: el aire es gratis. Y tu estás vivo …
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